GRANDE, PEQUEÑO. Amanda Paradís

Double Bind, Juan Muñoz, Tate Modern, Londres, 2001.

Juan Muñoz construía espacios inquietantes cargados de confrontaciones y tensiones visuales, era un escultor que pensaba como un arquitecto. Su obra contiene engaños que no necesitan ser vistos para tener sentido, crea ilusiones ópticas, define espacios arquitectónicos que hacen de escenario a figuras humanas de escala reducida, en ellos aparecen balconadas, suelos estampados, falsos agujeros, habitaciones, mecanismos espaciales y figurativos que transmiten las que fueron sus preocupaciones artísticas. Con sus trabajos tendió un original puente entre la escultura clásica y la de vanguardia.

La figura humana y su relación con el espacio arquitectónico fue el tema principal de su trabajo, era un creador de imágenes ilusorias que siguen remitiendo a la crisis del hombre contemporáneo, a su soledad y a la frágil distancia entre la normalidad y locura. Con sus cambios de escala Muñoz era capaz de provocar efectos diferentes como el arquitecto determina el espacio a través de la herramienta proyectual de la escala que escritores como Lewis Carroll o Jonathan Swift supieron aprovechar para crear ficciones, otros mundos posibles que surgían al manipular distancias y tiempos que giraban en torno ella. En Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 2005) un titiritero trabaja en la séptima planta de un edificio de oficinas, es un lugar imposible, de dimensiones sorprendentes, apenas un metro de alto. La planta fue el regalo de un arquitecto enamorado que proyectó un lugar a la medida de su amada, una mujer enana, por una vez el resto de los trabajadores debían adaptarse a esa otra dimensión y ella podía sentirse el canon de lo que la rodeaba. Poco antes de morir, el 28 de agosto de 2001, la Tate Modern de Londres acogió en su sala de turbinas la gigantesca instalación Double Bind que condensaba, vista en la distancia del tiempo, su trabajo con la escala, el canon y la proporción.

Recuerdo la casita de juegos que tenía cuando era pequeña, una minicasa construida a mi medida. A mi medida, esa era la clave. Disfrutaba de la sensación de sentirme grande, “mayor”. No hace mucho quise recordar la sensación, volví a mi minicasa; todo había cambiado, me sentí enorme, desproporcionada, fuera de escala, incómoda, como expulsada de aquel espacio de la infancia que abandoné casi de inmediato. Temí haberme hecho mayor para siempre. En su montaje londinense Muñoz volvió a provocarme la sensación de un espacio extraño, al disponer una instalación horizontal en un espacio vertical (155 metros de largo por 35 de alto). Para poder apreciarla era necesario recorrerla, involucrarse en los escenarios, convertirse en un explorador del cambio de escala entre el edificio y el espacio.

Double Bind estaba dividida en dos partes, “dos niveles geológicos, dos estratos de significación”, en palabras de Juan Muñoz. En la superior, puente de mando de la sala de turbinas descubrimos, más allá de un balcón con pasamanos, un umbral entre el visitante y la escultura, un suelo estampado, a través del cual dos ascensores suben y bajan, bloqueados en este perpetuo movimiento. El suelo parece estar penetrado por una serie de grandes huecos, algunos son ilusiones ópticas. Debajo, nos encontramos un sótano, una atmósfera oscura, hay pozos de luz que salen de los huecos mencionados como única iluminación, mientras los ascensores se sumergen deslizándose por la penumbra subterránea. En este sótano opresivo nos sentimos incómodos ante la extensión del espacio en contraposición a su altura, hasta que logramos alcanzar uno de los huecos, entonces podemos respirar al fin, son túneles de luz y aire que crean espacios privilegiados entre la penumbra que parece sólida. Esos huecos de luz situados sobre nuestras cabezas dejan de ser lugares desde donde mirar, como sería normal en un balcón, se convierten en lugares para ser mirados, se invierte el proceso real y el sentido del mirador, somos nosotros los que nos acercamos al balcón para asomarnos a verlo.

Juan Muñoz no sólo juega con la escala de los espacios sino también con la de sus esculturas, normalmente monocromáticas, como espectros de personajes inquietantes, tataranietos de los bufones, enanos o damas de Velázquez y Goya, de un metro de estatura, dispuestos en estudiados montajes arquitectónicos. La gran fuerza de estas estatuas es que parecen ciegas, miran hacia su interior y esto excluye automáticamente a quien está enfrente. Las más intensas parecen estar murmurando algo por dentro, aunque no puedas oírlas. Son figuras que captan la acción que está a punto de pasar pero no relatan la historia por completo, el espectador puede construir su propia historia, hay infinidad de interpretaciones posibles.

“Quizá mis obras más logradas siempre han tratado algo diferente a lo que realmente miras. Y esa diferencia, esa referencia, esta imposibilidad de representar lo que intentas describir es una frontera a la que se enfrenta la escultura; el límite al que apunta el objeto. Construyo obras para explicarme cosas que no entendería de otra manera. Yo quisiera que la obra fuera, en parte, incomprensible para mí”.

Estos peculiares ocupantes de los espacios de Muñoz también moran en Double Bind. Recorriendo el espacio oscuro del sótano el espectador comienza a ver que esos huecos están habitados por ellos, sus expresiones y acciones permanecen inciertas, como lo hace nuestra presencia en su drama privado, treinta y siete figuras de un metro de altura, aisladas y en actitudes diversas. En este juego de lo simbólico, en esta pregunta por el significado de las cosas, la instalación se convierte en un espacio de reflexión sobre la propia identidad. La obra se distancia del espectador, al tiempo que no puede ser más cercana, ya que participamos de la misma, pero hay lugares a los que no puede acceder, están reservados a la obra y han sido diseñados para ser contemplados sólo en la distancia.

Escultores, escritores, titiriteros, niños, artistas, arquitectos, capaces de crear sueños y convertirlos en realidad, entendiendo la realidad desde otro punto de vista, desde un mundo soñado.

Conversation Piece, Juan Muñoz, 1994.

GRANDE, PEQUEÑO. Amanda Paradís


  • PROYECTANDO LEYENDO

    Ricardo Alario López
    Juanjo López de la Cruz
    Ángel Martínez García-Posada

  • “Me gustan los comienzos”, así empezaba uno de sus discursos más recordados Louis I. Kahn. El inicio del aprendizaje de proyectos es acaso el comienzo más memorable que un arquitecto pueda emprender. Es apasionante ver como en el despertar a la creación arquitectónica los primeros cuadernos se van llenando de notas y apuntes de futuros proyectos. Las especulaciones de cualquier cuaderno tienen sentido en el trasvase entre el mundo personal y la realidad, nadie puede decir de dónde proviene un libro (cuaderno, proyecto) y menos que nadie la persona que lo escribe. Los cuadernos se llenan de notas que a veces tienen que ver con el argumento central y otras son referencias cuya presencia sólo el autor sabría explicar, su sensibilidad traza asociaciones y planifica encuentros. Quizá el arquitecto no escribe sino cuando proyecta y entonces relee sus apuntes, rebusca en su memoria, y vuelca (proyecta) su mundo interior. "Escribiendo leyendo" tituló su ensayo Julien Gracq, la escritura se origina en la lectura, se escribe porque otros antes que nosotros han escrito, y se lee porque otros antes que nosotros han leído, lectura y escritura, como el proyecto, constituyen un proceso continuo y creador.

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